
La Virgen de Iruz en la vida de los Castro

El inicio en Guayaquil de la secular devoción a la Virgen del Soto-Iruz comenzó con la llegada de Toribio Castro al pacífico puerto. Surgió sobre todo a partir del milagro que la Señora le hiciera a su hijo Toribio Castro y Grijuela, por el que le restituyó una mano. Por eso los vecinos guayaquileños lo llamaron “Mano Santa”.
Pudo ser su único hijo, y si lo fue, en él habrán cifrado todas sus esperanzas. ¡Cuán grande habrá sido el pesar de los padres cuando, después del parto, descubrieron que había nacido únicamente con la mano izquierda, teniendo solo un muñón en la derecha! ¡Cuánta aflicción y desconsuelo!
Y también, ¡cuánta fe cuando la madre se sobrepuso a sus lágrimas y decidió peregrinar al Santuario de la Virgen de su juventud, para pedirle que “le pusiera una mano” a su niño! Semejante petición no se entiende sin la enorme fe de doña Toribia, ni tampoco sin la difundida fama de la milagrosa imagen. A la Virgen le agradó la plegaria de la madre, aunque, no obstante, quiso que la oración se afianzara con el tiempo.
Entre tanto, don Toribio atracaba con nuestros primeros colonos en lo que hoy es el barrio de “Las Peñas”, un 25 de julio de 1547, para dejar ya definitivamente fundada la ciudad de Guayaquil. Se asentaron en la unión cimera de los cerros Santa Ana y el Carmen.
Toribia seguía estos acontecimientos de su esposo a la distancia, en Iruz, junto a su pequeño hijo, que ya para 1550 correteaba por la casa. Se dice que el niño destacaba por su generosidad. Un buen día, cuando el pequeño tenía 5 años de edad, alguien se acercó a la puerta: era un mendigo que pedía pan. La madre atareada en las cosas de la cocina solo se percató de que su hijo entró a coger un pedazo de pan, que regresó a la puerta y se lo dio. Al volver su niño, con asombro la madre observó que donde antes había un muñón, ahora había una bella mano. Ella exultó en agradecimientos y loas a la Virgen santísima, que al fin había escuchado su perseverante oración. Enseguida se enteró el resto de la familia y toda la comarca, que se unió devota a su acción de gracias. Como recuerdo, al niño le quedó, a manera de pulsera que nunca se le borró, una línea roja en la muñeca de la mano.
"La Virgen del Soto, madre,
es pequeñita y morena;
nunca tuvo el Rey de España
mejor soldado en la guerra…”
(antigua copla popular de Iruz)
La devoción atraca en nuestras costas

El niño creció en edad, en fama y en las virtudes que le inculcó su devota familia. Al cabo del tiempo, Toribia y Toribio se reunieron de nuevo en Guayaquil, donde ya se radicaron junto a su querido hijo. Mano Santa se casó con la hija del conquistador don Rodrigo de Guzmán y de Vargas el año 1565.
Cada día que se levantaba Toribio, veía una línea en su mano que atestiguaba el notorio cariño que la Virgen había tenido con él. Además se daba cuenta de que, a sus casi cuarenta años había realizado una carrera insigne, había hecho dinero, había logrado una familia feliz. Seguramente se habrá preguntado en varias ocasiones, a lo largo de su vida, por qué tantos favores recaían en su persona, por qué la Virgen se mostraba tan misericordiosa con él.
Sea por respuesta a estas inquietudes, sea porque entonces se empezó a dudar del milagro que el cielo había obrado en sus miembros, lo cierto es que, en 1584, se decidió a viajar a su ciudad de origen para conseguir pruebas que certificaran la veracidad de la restitución de su mano. El 10 de marzo de 1584 Toribio acudió con cuarenta testigos al Escribano Público del Valle de Toranzo, para certificar lo que ellos habían visto. Con ese certificado regresó a las costas pacíficas, para exhibirlo a cuanto incrédulo apareciera.
Pero Mano Santa aún le daba vueltas a su razón de ser en la vida y, al ser tan devoto a la Virgen del pueblo que lo vio nacer, decidió traerla. Estaba muy lejos, en Iruz, y tenía que estar muy cerca de él, y con él permanecer para siempre. Por eso no dudó en hacer gestiones para que, en 1583, los agustinos arribaran a Guayaquil, debidamente financiado el viaje y la construcción de su Convento de Ermitaños por él y su familia.
Pero, sobre todo, lo que le movía era construirles el templo que llevó por nombre “Capilla de Nuestra Señora del Soto”, en 1594. En el altar mayor, que fue tallado en madera por artífices del puerto, se puso un lienzo al óleo con la imagen milagrosa de la Virgen del Soto, circundada con una aureola y con el divino Niño en sus brazos; a los pies de la imagen y, casi al extremo de la tela, figuraba otro niño al que faltaba la mano derecha. Desde entonces se veneró en Guayaquil a esta muy antigua, muy querida y siempre amada Virgen.
La devoción a la Virgen morena al otro lado del mar

La historia de la Virgen guayaquileña comienza en el montañoso y húmedo valle de Toranzo, en la Cantabria, al norte de la península Ibérica. No se sabe bien desde cuándo se plantó en medio de este valle un hospital, que sería el que después albergaría la devota imagen de Iruz.
En todo caso lo cierto es que, para el siglo XIII, en ese lugar surgió la devoción a una nueva imagen que acababa de tallarse. Según los estudios, la talla de Nuestra Señora del Soto-Iruz data de este siglo. Se trata de una mujer coronada, sentada en un trono. Sobre su pierna izquierda se sienta el Niño, que también lleva corona y gobierna el universo, representado en un globo que sujeta en su mano izquierda. Ambos personajes bendicen a la humanidad con la mano derecha, cosa que el Niño hace con dos dedos alzados, que significan su humanidad y su divinidad, mientras los otros tres dedos recogidos simbolizan las tres Personas de la Santísima Trinidad. La escultura es mucho más expresiva y detallada que las tallas románicas de la Virgen del siglo XII, lo que la ubica en la transición entre el románico y el gótico: su mirada es más maternal, con cejas arqueadas, la postura algo más holgada, menos hierática que las tallas anteriores; lleva túnica estofada y velo que cae en zig-zag a ambos lados de la cara. Su color primitivo fue “muy moreno” (cfr. González Echegaray, 1992, p. 98), aunque después recibió numerosos repintes. Este tipo de imágenes representan la Sedes Sapientiae, la Sede de la Sabiduría.
La imagen acompañó las benéficas obras que se realizaban en el hospital de peregrinos. A ella acudían con gran fervor los enfermos y desvalidos de esta vida, buscando aquella ayuda que ya en la tierra ninguno podía dar. Pronto comenzaron a caer las gracias del cielo, la imagen comenzó a prodigar milagros grandes y chicos. Su devoción terminó traspasando los límites del valle de Toranzo y se instituyó la fiesta a la Virgen del Soto el 5 de agosto de cada año.
Muchos y extraordinarios favores fueron dispensados por la celestial Señora. Entre ellos, se certifica el ocurrido a Juan de la Llama, que se libró de la muerte el 22 de enero del 1609 en la barra de Suances, donde naufragó con dieciocho compañeros más. Encomendándose a la Virgen del Soto, asido a un remo, Juan permaneció por mucho tiempo flotando sobre las aguas sin saber nadar, hasta que le recogió una barca. Entre toda la tripulación fue el único que se salvó de ahogarse.

Incendio y rescate

Desde que en 1594 se construyera la Capilla de Nuestra Señora del Soto, con los donativos de la familia Castro y Grijuela, el fervor a esta noble Virgen se ha mantenido. El mencionado templo estaba situado en los límites de la actual iglesia de Santo Domingo, cerca de un estero de río que había que atravesar por un puente de maderos y caña.
El lienzo que escenificaba a la Virgen del Soto y a Mano Santa sufrió los años, los inviernos, la invasión pirata de 1624, perpetrada por el holandés Jacob L’Hermite, y aun así, tras numerosos remiendos y empastes, perduró en Guayaquil, en una de las paredes de la sacristía del templo.
El culto que se tributaba en San Agustín a Nuestra Señora del Soto siguió afianzándose en el pueblo guayaquileño durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Se tiene noticia de varias donaciones que los devotos realizaron al “Real Convento de Nuestra Señora del Soto”.
Sin embargo, el incendio de 1902, terminó devorando este querido y venerado cuadro de la Virgen. Como se dijo, el cuadro se encontraba en la antigua iglesia levantada en el cerro del Carmen, en medio de aquella “Ciudad Vieja” que había sobrevivido tres siglos. La Ciudad Vieja había sido muy mermada con el incendio de 1896, pero desapareció absolutamente con el fuego del año 1902.
El cuadro de Mano Santa y la devoción a esta Virgen tuvieron el mismo final que la Ciudad Vieja, pero con ella también tuvieron el mismo resurgir. En las últimas décadas del siglo XX brotará, cada vez con más fuerza, la aspiración de recuperar el Guayaquil perdido, la Ciudad Vieja, el pueblo olvidado.
Para alegría de muchos vecinos, en 1963 se levantó un templo dedicado exclusivamente a Nuestra Señora del Soto al sur de la ciudad. El artista de la estatua, que tiene las dimensiones reales de un cuerpo humano, no tomó en cuenta —seguramente por desconocimiento— los rasgos de la Virgen de Iruz, pero sí recogió en una nueva expresión artística los conceptos esenciales de la Mano Santa. La tez de los personajes es blanca, muy blanca, de tiernos gestos. Tanto la madre como el Niño levantan su brazo derecho bendiciendo la humanidad, de forma cercana a la talla de Iruz, pero he aquí que al Niño le falta la mano izquierda. El templo actual es cada vez más concurrido, especialmente en Semana Santa, cuando traen el Cristo del Consuelo, que viene desde la iglesia vecina (ubicada en Lizardo García y la A), seguido por miles de fieles. En tales ocasiones alguna gente pasa toda la noche en vigilia, a los pies de la Virgen de la Mano Santa y de su Cristo.
Finalmente se ha procurado recuperar el cuadro que colgaba en el cerro. Para ello se encargó al artista londinense Dominic Maffia que pintar un cuadro de 1,9 metros de altura por 1,2 metros de ancho, con lo que se conoce de esta vieja devoción. Lo ha hecho utilizando técnicas de pintura e imágenes de la época. Además, ha añadido al cuadro muchos elementos simbólicos que aquí se explican. Hoy la imagen cuelga en la Iglesia que está en la cumbre del cerro Santa Ana, junto al faro.
Para más información histórica, descargar el estudio hecho por el Dr. Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba, “La muy antigua, muy querida y jamás olvidada Virgen de la Mano Santa”, revista Eidos, (2015), pp. 37-46.