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Virgen de Guayaquil
Oración

Oración que pudo rezarle doña Toribia a la Virgen del Soto, Iruz, cuando su hijo nació sin una mano:

 

Oh Virgen mía de la Mano Santa,

oh luz de Luna en mi oscura vida:

piensa hermosa mía que todo en tus manos dejo,

que como un pobrecito a ti mis brazos extiendo.

 

Dame una mano, dame otras mil,

que sin ti nada podría yo hacer:

manos para trabajar,

manos para saludar,

manos para acariciar,

manos para querer.

 

En tus manos dejo mi familia,

mis penas grandes y pequeñas,

pasadas, presentes y futuras,

todo lo mío y mi misma vida.

 

En tus brazos queda este pequeño,

que con la mirada dice “te quiero”

y con el ceño lloroso “no me dejes”

porque aún no sabe hablar.

Reinstauración de la devoción

El año 2017 se reinstauró una antigua devoción guayaquileña, volviendo a colocar en la Iglesia del Cerro aquella imagen que durante siglos fue "la Virgen de Guayaquil" hasta que el incendio de 1902 se la llevó al cielo. Un nuevo cuadro reemplaza la imagen colonial y reinstaura esta antigua tradición.

Una antigua devoción

La Virgen de la Mano Santa ha sido la imagen más venerada en la historia de Guayaquil. Esta devoción llegó a la Ciudad desde su misma fundación, vino desde la otra orilla del Atlántico, con la fama de Reina y de obradora de grandes milagros, para acompañarnos por más de tres siglos.

Esta Virgen viajaba ya en el alma de Toribio Castro el 25 de julio de 1547 cuando atracó con nuestros primeros colonos en el barrio de las Peñas. En esos momentos él y su esposa Toribia le rezaban por su niño que había nacido manco. Años más tarde, después de que la Virgen le restituyera la mano al chico, que recibió el apodo de "Mano Santa", él y su madre vinieron a vivir a Guayaquil. La familia financió la venida de los Agustinos y la construcción del templo a la Virgen Amada, la misma que se veneró de forma ininterrumpida por tres siglos.

Lamentablemente, las llamas del temido incendio de 1902 hicieron ceniza y humo el cuadro que se veneraba y la iglesia donde colgaba. El pueblo porteño pasó más de medio siglo con el vacío de no tener una Virgen propia a la que acudir, lo que intentó suplirse de alguna manera. Pero la devoción que una vez nació hoy se niega a morir.

Iglesia del Cerro Santa Ana de Guayaquil
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